Málaga en el Mundobasket fue el pabellón Ciudad Jardín. Y el Ciudad Jardín fue calor. Sofocante calor durante los días del 5 al 10 de julio. Un pabellón tomado como un fortín cuando jugaban los estadounidenses, puesto que las medidas de seguridad llegaron a ser exageradas. Claro, que el verdadero atractivo de los “USA guys” no estaba a las afueras del recinto, sino en el parquet. Siempre han sido tan atractivos como dudosos en los equipos que llevaban. Y viendo sus primeras actuaciones, uno pudiera pensar que vestir esos uniformes casi sagrados, vestidos por los Jordan, Ewing o Mullin dos años antes en Los Angeles, suponía casi un sacrilegio. Eso, hasta que llegó el último día, con una exhibición ante Italia digna de recordar.
A Málaga viajó Costa de Marfil por eso del “encanto” de las 24 selecciones clasificadas para el evento, con un nivel bajísimo (militaba en suerte un alero, un tal Djadji, que se jugaba todos los tiros y un sufrido ala-pívot llamado Marc MBahia, que acabó proclamándose campeón de Europa con el Limoges en 1993). Allí decían “qué pena que no haya podido venir José “Piculín” Ortiz, porque les hubiese encantado”. En Puerto Rico hablaban maravillas de este joven pívot, desconocido -aún- en nuestras fronteras y a cambio, sí convocaron hasta Málaga un joven de 2,16 llamado Frankie Torruella, que no lo hizo nada mal y del que nunca más se supo. Con el tiempo, dimos con su historial y la maldita enfermedad por la que fue diagnosticado, el síndrome de Marfan, lo apartó con apenas 23 años de la práctica del baloncesto (una enfermedad congénita degenerativa sobre personas de muy alta estatura).
Y es que, Puerto Rico puso la salsa, para lo bueno y para lo malo. Hubo un grupo de veteranos liderados por el pequeño y habilidoso base Angelo Cruz (si hablamos de jugadores desaparecidos, este sí fue literal. En una visita a su ex mujer e hijos, desapareció y nunca más se supo de él), Federico “Pico” López y Mario Morales. Y lo mezclaron con jóvenes talentos que gustaron, como el citado Torruella, Edgar León y las futuras estrellas en nuestro país, Jerome Mincy y Ramón Rivas (aunque este jugó apenas). Si ganaron con solvencia a Alemania (81-69) y pusieron contra las cuerdas a los estadounidenses (derrota por 73-72, tras barrer David Robinson del aro una bandeja que parecía entrar sobre la bocina), un día antes, tuvieron el traspiés del torneo, perdiendo frente a China (97-84) y siendo finalmente eliminados.
Y es que la selección de la República Popular de China fue la gran sorpresa en la primera fase del Mundial. Parecían otra selección de las exóticas, con un pívot llamado Xu Xiaoliang de 2,05 y la movilidad de uno de 2,40, acompañado por un ala-pívot de 1,98 y los demás raramente llegaban al 1,90. Pero sí es cierto que desde el banquillo -¿por qué lo sacarían como hombre de rotación?- siempre lucía un pívot con bastante movilidad para sus 2,08 llamado Song Tao. Y con mucho orden en los pases y unos sistemas muy marcados para optimizar las esquinas (el concepto tan moderno de hacer grande la pista), sus escoltas y aleros -que daba igual, todos medían uno ochenta y tantos) las metían de 3 con una facilidad asombrosa. Hasta acabamos aprendiéndonos los nombres de Li Yaguang, Wang Fei y Zhang Songjun. Es lo que tiene la capacidad de martillear así.
La machada mencionada ante los portorriqueños vino continuada con su victoria lógica ante los coloridos marfileños (84-72) y en la última jornada, perdiendo 81-80 frente a Alemania, en un triple empate del que salían beneficiados. Los alemanes (del club del “ni fu ni fa” para este evento. Un joven Christian Welp y poco más), que pudiendo forzar la prórroga para intentar ganar a los chinos por 13 puntos -lo que ellos necesitaban-, ni se les ocurrió. China pasó a la fase semifinal de Oviedo, donde a los pobres les castigaron jugando sus tres partidos a las diez de la noche, siempre el último partido de la jornada (y bien que se quejaron), mostrando en esta edición mundialista una cara muy diferente de su baloncesto anárquico y rudo hasta decir violento de años anteriores. Tampoco les daba por pensar mucho y saltarse sus sistemas tácticos, que fieles a ellos, a los rivales les pusieron en muchos apuros (imaginen que ganaron el último día en la lucha por el undécimo puesto a Grecia con su Gallis y su Giannakis). Su entrenador, Qian Chenghai, nos explicaba que el baloncesto en China era terriblemente popular. Y no solamente se aplicaba en los colegios dentro del horario de educación física, sino que como las matemáticas, las ciencias o el arte, el baloncesto era una asignatura más en el calendario lectivo. Asombroso.
Calor y pai pai. En el Ciudad Jardín había preparado un sistema de ventilación y acondicionamiento del recinto que resultó fallar -o eso dicen- en la víspera del torneo, sin más soluciones, con lo que el calor en un recinto con espectadores, en julio y en Málaga, fácilmente llegaba a los 40 grados como atestiguan los presentes. Así que, con la eficiencia y la guasa que hay en la tierra, a cada entrada para los partidos, se dispensaban un abanico de los típicos chinos, el famoso modelo pai pai. Y a agitar y a abanicarse con el artilugio. Y entre eso, entre la afición de los de Costa de Marfil (lo mejor en las gradas, sin duda) con un grupo de tipos ataviados con casco de explorador y sus bongos y sus tam tam, adornaban los partidos de los suyos con una percusión digna de los Mayumana.
Y para acabar, Estados Unidos. Muchos pensamos que, en el último partido de la última jornada, perderían frente a la rocosa Italia. Estos iban a lo suyo: Brunamonti, Marzorati, Gilardi, Riva, Premier, Villalta, Sacchetti, Magnifico, Dellagnello… los de siempre, que ganaban por contundencia y desgaste. Imbatidos hasta el último día en el que sin saber muy bien cómo, se vieron sorprendidos en el marcador a remolque (36-16) mediada la primera mitad. A partir de ahí, no levantaron cabeza. Y todo lo que “parecía que” en los americanos, salió a relucir. Si Kenny Smith dio flashazos tan solo de todo lo bueno que enseñaban en North Carolina, ante Italia bien que lo mostró. Si David Robinson, como se escribía en USA, era un pívot dominante, ante los ‘azzurri’ dio buena cuenta de ello, dominando al fin las zonas. Si su defensa, medianamente ordenada, prometía, esta vez estuvieron muy agresivos y en la zona, el naufragio de los italianos fue grande. Una primera muestra de que sí, pudiesen aspirar al oro.
Entrenados por Lute Olson, eran muy inconsistentes en el tiro exterior. Ni el base ni el escolta titulares, Tommy Amaker y Kenny Smith, se decidían a tirar. Eran de fintar y pasar. Y cuando lo hacían, mil dudas. Tan solo Steve Kerr mostró desparpajo desde el 6,25. Cuando corrían, era toda una alegría y sobre todo, el exotismo de cuando entraba a cancha su pequeño base de 1,59 de estatura, Tyrone Bogues (lo de “Muggsy” nos enteramos más tarde, cuando selló su entrada en la NBA). Era trepidante en sus acciones, de manos terriblemente activas y corría que se las pelaba.
En estático, jugaban muy bien con el triple poste, puesto que su alero Derrick McKey era un ala-pívot jugando como alero. Y se les notaba muy acostumbrados a jugar con poco espacio en la NCAA, con lo que sus pases eran muy medidos y tenían los interiores muy afinado el concepto de ganar la posición. El jugador con más alegría y posibilidades junto a David Robinson, era el alero Charles Smith, de la universidad de Pittsburgh, penúltima incorporación al equipo (la última fue la de Brian Shaw, ya con el campeonato iniciado, por la lesión en vísperas del torneo del alero de California, David Butler). Smith era un ala-pívot ágil de 2,08 con buen tiro de media distancia y que acabó siendo el máximo anotador de esta selección. El mismo que el Maristas de Málaga quiso hacer una oferta –“pero tenemos poco dinero, ¿eh?”-, a lo que su madre respondió “bueno, la verdad es que la pretensión es que vaya a la NBA. Pero si no sale bien, tendremos en cuenta su propuesta”. Salió número 3 de la 1ª ronda del draft en 1988.