OAR Ferrol, en una de sus locas aventuras -benditas locuras- impulsadas por los rectores del club, Juan Fernández y Juan Roca entre otros, incitaron a las autoridades institucionales que, en una ciudad con tanto baloncesto como esta, cuajase la opción de contar con una de las sedes para este Mundobasket español. Partían con la base de un pabellón nuevo, A Malata y el entusiasmo generalizado por ser el escenario idílico con el que el aficionado gallego soñara durante 6 días.
Del 5 al 10 de julio, Australia, Uruguay, Israel, Cuba y Angola acompañaron con batería, caja, bajo y contrabajo a los conciertos que durante 5 partidos ofreció un magnífico solista, la Unión Soviética. En 1986 aún no lo sabíamos -aunque lo intuíamos- que en la URSS había jugadores con físicos NBA y dando un paso más a la excelencia técnica que siempre les acompañó, se exhibieron para regocijo de todos los presentes, creando leyenda a cada una de sus actuaciones ante los testigos en las gradas, cuyo recuerdo de aquellos seis días se fue grabando a fuego a cada contragolpe de aquel combinado.
Lo primero, porque en el centro de todas las miradas estaba Arvydas Sabonis. “Sabas” jugó aparentemente relajado, disfrutando junto a sus compañeros de la orfebrería que fueron tallando en la pista, dejando a un lado su melancolía habitual. Y crean que eso tenía mérito, sobre todo ante la sombra de ser dirigido por un entrenador cuya conexión era nula. De Vladimir Obukhov nadie hablaba bien. Periodistas españoles ya se encargaron en recoger un año antes, el de su nombramiento, lo que por los pasillos soviéticos hacía llegar los jugadores off the record: que era alguien impuesto a dedo por el ‘polit bureau’ soviético, desde Moscú, sobre un plantel en el que la mayoría eran de otras ex repúblicas ajenas a Rusia. Cosas del Telón de Acero.
Sus conocimientos, confesaban, eran claramente insuficientes para tratar con ese grupo, para tratar con cualquier grupo de élite. Sin embargo, al aficionado ferrolano, eso le sonará a cuento chino, recordando las exhibiciones que un día tras otro dio la Unión Soviética en aquella A Malata, una sede teñida de rojo y etiqueta para la ocasión. 39,2 puntos de media fue la diferencia respecto a todos los rivales en la primera fase. Y si tales ventajas dan escalofríos leídos hoy día, más aún si nos detenemos a leer los resultados al completo.
URSS 89-51 Angola
URSS 129-87 Cuba
URSS 114-77 Israel
URSS 111-62 Uruguay
URSS 122-92 Australia Sí, Obukhov en nada tenía que ver con su predecesor, el “zorro plateado” Alexander Gomelski. Ni tampoco su estilo de juego. No sabemos si por creer en cierto estilo o simple y llanamente por las circunstancias, pero la URSS jugaba con un único pívot (Sabonis), a diferencia de Gomelski, que derrotaba a sus rivales con su martillo pilón de alternar en pista siempre con dos altos (sean Sabonis y Tkachenko o Sabonis y Belostenny), para situar al ucraniano Alexander Volkov en la posición de ala-pívot. Volkov, que ya fue la sensación en el Eurobasket alemán de 1985, daba un marchamo de modernidad al equipo. Además, en la posición de alero, un kazajo que apenas salió del banquillo en la mencionada cita de un año antes, ValeryTikhonenko, había progresado hasta convertirse en un jugador de 2,07 de estatura con unas condiciones de élite para la posición de “3”.
Cuando Sabonis capturaba el rebote defensivo, Volkov a un lado y Tikhonenko a otro corriendo las calles del contragolpe a la espera que los bases, fuesen Homicius o Valters, les pusiesen el balón en sus centelleantes trayectorias hasta el aro. Es que volaban. Y si no, Rimas Kurnitaitis ya se encargaba de encontrar un sitio para tirar de tres. Y por si había que rematar algo a esas alturas, ya aparecía Sabonis de tráiler por detrás. Aunque les tenemos que reconocer que lo más divertido de todo, era cuando Sabonis no conseguía el rebote. Era uno de los primeros en correr el contragolpe y ahí sí que lográbamos el éxtasis.
Vimos transiciones rápidas de todos los colores. Y no es que su defensa fuese muy fuerte, sino que por estatura, la intimidación soviética era tan grande, que los porcentajes rivales menguaban y cuando erraban sus tiros… empezaba el recreo. Lo más curioso es que el jugador más querido en Ferrol era el jugador menos utilizado de todos: Vladimir Tkachenko vivió en el ostracismo del banquillo la mayor parte del campeonato. Esa sí que era una mirada melancólica, viendo pasar jugadas desde la banda y también, enormes ovaciones cuando Obukhov decidía regalar algo al público poniéndolo en pista -minutos de la basura- y nos deleitaba con alguna de sus acciones de no mucho tiempo atrás.
Entre los demás representantes, Ferrol vivió una auténtica locura. La expectación por ver aquel cañonero uruguayo, “Tato” López, que había jugado nada menos que en Caserta aquella temporada, se diluyó el primer día cuando falló el triple decisivo en su debut ante Israel y en la última posesión, se botó el balón en el pie. Quien sí destacó fue su entrenador, aquel Ramón Etchamendi tan istriónico, por sus constantes y airadas protestas desde la banda. Tan harto acabó Obukhov de él, que lo obsequió solicitando un tiempo muerto a falta de 9 segundos con casi 50 puntos de diferencia. A continuación, Etchamendi solicitó otro “por si no le dio tiempo a dar todas las instrucciones en el suyo”. El seleccionador uruguayo no dejó títere con cabeza, como ya mostró en los Juegos Olímpicos de Los Angeles’84 y en Ferrol, tras una enorme tangana de “Tato” López con Wayne Carroll ante Australia, a los árbitros les teatralizó el gesto con la mano de “money, money”. Un show.
Si Uruguay perdía con Israel, pero luego ganaba a Australia y perdía con Cuba, Israel perdía con Australia pero ganaba a Cuba y los australianos eran capaces de llegar a perder con Angola, el enredo era de tal magnitud en la clasificación que, en la última jornada, si Angola ganaba a Uruguay, se clasificaba entre los tres primeros con pasaporte para la fase semifinal. Los angoleños fueron el cariño por el débil entre los aficionados y un alero de uno ochenta y tantos, Ademar Sousa, que se lanzaba triples desde casi 8 metros con bastante efectividad, el ‘ojito derecho’ de la parroquia. Pero no pudo ser y tras unas polémicas decisiones arbitrales en la prórroga a favor de los sudamericanos, hicieron que las lágrimas de un jovencísimo Jean Jacques Conceiçao fuesen una de las estampas más sentidas en el pabellón.
La fiesta en A Malata se acabó, dando a Israel y Cuba el pasaporte a Barcelona junto a la URSS. Unos soviéticos que, para desencantos y sinsabores, ya tendrían la fase final. En Ferrol jamás han vuelto a ver un baloncesto de tantos quilates como el que presenciaron con aquel equipo.